Nuestra amistad ha de estar intencionalmente abierta a toda persona, en la que se acoja y se comparta con el otro, dedicándole el tiempo necesario, comprendiéndolo, disculpándolo y perdonándolo, cuando sea necesario; en pocas palabras, queriéndole sinceramente, incluso cuando no compartimos las mismas ideas y convicciones. La verdadera amistad nos lleva a ver a los demás con los ojos de Cristo, respetando la libertad y la intimidad de cada persona, esforzándonos por hacerles la vida agradable a los demás.